En muchas ciudades hay alguna plaza que a lo largo de un periodo de su historia ha sufrido tantos cambios que resulta asi irreconocible. Así ha pasado en Sevilla con la Plaza de la Encarnaciçon, hoy dominada por las setas, un espectacular mirador urbano que rompe por completo con el antaño aire clásico de la plaza.
Este poema lo escribí antes de que la plaza se transformase en lo que es actualmente, un importante centro de atracción turística, cuando aún era una plaza popular y llena de una vida no tan cosmopolita como lo es hoy.
Érase una enhiesta fuente
que lanzaba sus suspiros,
rectilínea agua ascendente,
situada en el centro umbrío,
redonda plaza pequeña,
con su árboles y bancos,
de sosiego era reserva,
con sus viandantes sentados,
sustraídos del bullicio,
sus periódicos leyendo,
respirando el aire parido
bajo las copas del cielo...
Plaza tan venida a menos,
paupérrimo dormitorio,
desde los lejanos tiempos
en que paseaba mis ojos
sobre su paisaje urbano;
grises noches cenicientas
de mendigos cansados
bajo sus tristes estrellas.
que lanzaba sus suspiros,
rectilínea agua ascendente,
situada en el centro umbrío,
con su árboles y bancos,
de sosiego era reserva,
con sus viandantes sentados,
sus periódicos leyendo,
respirando el aire parido
bajo las copas del cielo...
paupérrimo dormitorio,
desde los lejanos tiempos
en que paseaba mis ojos
grises noches cenicientas
de mendigos cansados
bajo sus tristes estrellas.
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