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viernes, 4 de diciembre de 2020

LA ISLA DE LOS MUERTOS

 

 En una entrada anterior, titulada La influencia de Bécquer, comencé a hablar de hasta qué punto este autor me influyó allá en mi adolescencia y juventud, cuando escribí mi primer libro, Mirando adentro, bajo la temática amorosa, y hoy quiero seguir haciéndolo acerca de cómo su influencia bajo la segunda gran temática del romanticismo, la muerte, ha seguido muchos años después. Decía en aquella entrada citada al comienzo:

 “Cuando se habla de Bécquer, el principal poeta del romanticismo español, la atención se suele centrar en esta temática, la cual en aquellos años fue muy importante para mí. Pero no menos lo ha sido el otro tema capital en la producción literaria becqueriana, la muerte, un tema al que he dedicado dos libros completos y otros muchos poemas sueltos, con lo que, a la postre, ha tenido en mí mayor trascendencia que aquél.”

 Hoy quiero centrarme en un libro, mi poemario número 43, un libro con una historia no sé si larga o corta, quizás según nos fijemos en todo lo previo a su escritura o en su mera concepción. Este poemario se titula Dies irae y lo escribí entre noviembre del 2012 y enero del 2013, una obra debida directamente al fuerte impacto que habían producido en mí dos obras, un grabado, La isla de la muerte, recogido como apertura de esta entrada, de Arnold Böcklin (1806) y un Poema Sinfónico (Opus 29) de Rachmaninov, cada uno de ellos previamente en un momento distinto y en aquel noviembre juntas. Pero es que, además, Böcklin había estado bajo la influencia de un monje franciscano, Tomás de Celano (XIII) y de su poema Dies Irae.

 Si guardo un orden cronológico, Tomás de Celano, coetáneo de S. Francisco de Asís y autor de sus dos primeras biografías, escribió también un poema considerado el mejor del latín medieval,  del que copio sus primeros versos:

 El día de la ira, ese día 

el mundo se reducirá a cenizas,

según atestiguan David y la Sibila.

 

¡Cuán enorme temor sobrevendrá

cuando el Juez haga acto de presencia

para juzgarlo todo con rigor!

 Un poema que impresionó vivamente a Böcklin, tanto como para que hiciera varias versiones del tema, algunas de las cuales se han perdido, unos grabados que plasman la imagen que transmite el poema: una isla hacia la que navega Caronte, llevando a bordo de su barca a un difunto. Y Rachamaninov construye todo su relato sinfónico alrededor de los chapoteos del remo sobre el agua. A continuación les invito a que disfruten de la interpretación de esta obra por la Simón Bolívar Symphony bajo la dirección de Manuel López-Gómez.


 Mi Poema sinfónico opus 43 Dies Irae comienza con esta estrofa en la que se mezclan todos los temas que desarrollaron Celano, Blöcklin y Rachamaninov:

 Cinco sonidos, dies irae,
Sus ecos llegan, dies illa,
A los pies de aquel que mira
Los siglos hechos cenizas.

 Y después vienen las cinco partes en que está dividida esta obra. Vamos a recorrer las estrofas iniciales de todas ellas. La primera, la lucha frente a la agonía, dice así:

 La bruma todo lo llena:
Hasta mi propia conciencia
De esta bruma parece hecha.
Lo que antes como certeza
Tenía, en bruma queda
Y en ella como inconsciencia.

 La segunda, la certeza de la muerte, lo hace con estos versos:

 Cinco sonidos son cuanto yo siento,
Cinco sonidos que recordar quiero
Dentro de la mortaja que es mi cuerpo,
Pues, si vida tuve, tendré recuerdos:
Se quedaron en cenizas mis tiempos.
Pero yo, si viví algo verdadero,
Algo que no se llevasen los vientos
Sino que yo lo soy, como un lucero
Brillará dentro de mis ojos yertos.

 La tercera, el camino hacia la Isla, comienza así:

 Cinco sonidos para un movimiento:
Mis pies sienten el frío en que me muevo,
Cinco sonidos, cinco chapoteos
Me muestren delante de mí al barquero,
Con cinco golpes llevándome lejos,
Lejos de la vida, lejos del cuerpo,
Cinco sonidos para un movimiento:
La barca que se mece en el silencio
Y en la bruma deja su chapoteo.
Perdidos los abalorios del tiempo.

 En la cuarta, el diálogo del difunto con la muerte, comienza con estas líneas:

Blanca bajo tonos grises, la veo,
Larga túnica cubre al barquero.
A través de la bruma y sobre el velo
De profundas aguas hunde su remo,
Repitiendo los cinco movimientos,
Cinco sonidos que alzan alas de eco.
Las gaviotas responden desde el cielo
Y todas las voces dejan su verbo;
Solo yo permanezco fuera: quieto.

 Y en la quinta, la llegada a la Isla:

 De mis quietos pies cesa el movimiento:
Queda atrás la bruma sin que haya viento
Y delante de mí no hay barquero.
Mis pies en el agua, cesa el cimbreo,
Mis pasos no dejan huella en el suelo,
Playa agosta que da a un canino estrecho
Que sube, la oscuridad como techo.
Doy desorientados pasos inciertos,
Dentro de mis ojos, la bruma llevo.

La obra de Rachmaninov concluye con un estallido de vida; la mía, siguiéndola, acaba con esta estrofa:

Cada gota de agua alumbra un lucero
con los que se dibuja el planisferio
cuyas calles llenaré con mi aliento;
cada gota es un pez, alas al viento,
cada gota, un dorado sentimiento
que busca llenar todo un pensamiento,
las manos repartiendo azules cielos,
las ventanas abiertas a los sueños
que llenan de arena el reloj del tiempo.


1 comentario:

  1. Joder, Jesús, hasta hablando de la muerte lo haces bonito! El final me ha parecido impactante, lleno de esperanza y de trascendencia. Ya leí La piel de todos los besos, me ha parecido genial y algunos poemas son inolvidables.

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