Entre abril y mayo del año 2002 escribí mi décimo poemario, Cuatro paisajes y otros poemas, una obra en la que recurría a los paisajes para dejar testimonio de mi estado anímico.
la obra comienza con Un trozo de nada, cuyo título ya es bastante descriptivo del momento que estaba viviendo, y a continuación viene el tema Invierno, que aquí les dejo:
sin una hoja de verdor,
un pétalo de color
ni una azada de labor,
nada
puede verse
que presagie su despertar.
Le falta una mano
que la ablande,
que la germine,
que la mantenga cuidada
para que la vida
vuelva a brotar de nuevo...
en los que mi piel
echa en falta
los cuidados
de unas manos atentas
a que mis ojos tengan el brillo
que es suyo,
a que mis pies hallen el recorrido
que es mi orientación
y que mis cabellos tengan la soltura
de la obra acabada.
lo sé;
pero no me acostumbro
a esta soledad.
se inventaba un disfraz
de enfermiza palidez
cubriéndose de grises nubes,
a las que los inquietos aires
les exprimían sus tibias aguas,
dejándolas caer mansamente.
sangrantes mis heridas,
con el tacto perdido
y quebrada mi vista,
besando mis pies, sopesaban mi cuerpo
y modelaban mi ánimo,
dejando sobre mi piel el testimonio
de mi quebradizo andar.
y me encuentro engañado
por la misma ceguera
que me mantiene atado
siguiendo las ondulaciones de las olas,
me coagulaba entre las dos humedades
y habitaba en la inferior,
en el caballo de galope ligero
que va dejando tras si la estela blanca
del anguloso rompeolas,
y esculpida en barro,
imagen adorada
durante siete años.
de la enroscada caracola,
el código morse de las confabuladas estrellas
y el sabor de la fresa
y el color de la rosa,
que se funden en la fruta madura...
para qué sirven mis callos,
dónde nace la tensión
que ensortija mis manos?
a todos los demás;
no sé qué es,
quizás un sabor
como el chocolate
derritiéndose en la boca
que sonríe
reflejada en unos ojos,
rescatando del otoño
una hoja del almanaque,
o un olor
como la tierra fresca
lista para la siembra,
exhalando a los aires
sus húmedos efluvios,
algo
que se pone a toquetear
en las teclas del piano
de las emociones,
no sé...
Pero hoy lo he sentido
recorrer mi piel
con paso de hormiga,
erizarme los vellos
y, aunque hacía calor,
dejarme temblando.
¿Qué era
ese algo distinto
que ha tenido este día?
y finaliza con Negro, Mis ojos, Tus huellas, ¡Cómo me gustaría! y ¡Cuántos logros por alcanzar!, estos tres últimos igualmente dedicados a mi esposa, con la diferencia respecto al que antes les compartía de que ya si sabía a quién le estaba escribiendo y por qué.
la foto que abre esta entrada también la tomé en el Parque de Oromama, un día que con uno de mis hijos a recorrer algunos sitios de Alcalá de Guadaíra tan estrechamente ligados a mi infancia y adolescencia.
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