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jueves, 15 de diciembre de 2022

ARENAS DEL DESIERTO

 


Tras mi primer libro, Mirando adentro, me pasé un periodo de aproximadamente diez años sin escribir poesía. Volví a hacerlo bajo la apremiente sensación de que tenía que pagar una deuda. La atracción que sentía por Egipto, concretamente con el antiguo imperio, era tan grande que escibí en pocos días Concierto en Sol Menor, una especie de intento situado a mitad de camino entre la cosmogonía y la teogonía particulares, pero situados temporalmente en aquel Egipto de las pirámides; pero esta atracción era tan fuerte que no se quedó un un solo libro, sino que de inmediato le siguió un segundo,  CorpóreaGeometría,  donde se relata el viaje de un joven griego a Eqipto para recibir la iniciación en uno de sus templos. Pocos años después ambos poemarios se fundieron en uno solo, Hojas del Camino (el poema que lleva este título ya lo he compartido en este blog). Pues bien, hoy retomo estos poemarios para detenerme en este poema: Arenas del desierto.

Estaba pensando en compartir alguno de mi último libro, Compromiso y Ofrenda, y este en el segundo poema del mismo, situado dentro de ese primer grupo con el que suelo empezar todos mis libros con el propósito de enmarcar al resto, a los que si entran de lleno en la temática de la obra en cuestión. ¿De qué tratam estos versos, tan situados en un paisaje aparentemente han hinóspito como el desierto y siendo su protagonista no quienes -sean personas, animales o flora- viven allí, sino las arenas y aún más, los vientos que las mueven? 

El tema de fondo es la evolución. Cuando lo escribí creo que aún noconocía a Sri Auroboindo (y si lo conocía era un autor entre tantos), pero la visión que yo tenía de este tema coincide en gran medida con la suya, que no voy a comentar ahora, sino que paso directamente al poema.


Arenas del desierto,
infinitas esferas de cristales
en que viven los sueños;
de geometría, practica constante
en manos de los vientos;
si ayer grandes, hoy vetustas ciudades,
disueltas por el tiempo.
 
Arenas del desierto,
vibrantes recibís al sol naciente,
dando forma a su deseo,
en el Nuevo Día, ser la simiente;
suave presentimiento
de la figura que, cual recipiente,
sigue al pensamiento,
recibiendo las formas inherentes.
 
Arenas del desierto,
raudas obedecéis al sol radiante,
geométrico concierto
de efigies por vientos artesanales
que siguen a su maestro,
transformando las dunas ondulantes
en maquetas de sueños,
que al espíritu puedan cobijarle.

Arenas del desierto,
huérfanas disueltas al sol poniente,
rotos, gastados cuerpos
donde la vida anidar no puede….
 
Arenas del desierto,
sobre vuestras figuras, ¿Quién maneja
a los aires obreros
diseñándolas con tanta belleza?




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