Que este año 2020 quede atrás. con todo lo que ha supuesto en contra de la salud pública en todo el planeta y con todos los problemas socio-económicos que ha supuesto para todos sus habitantes, nosotros, todos nosotros, vivamos donde vivamos lo hemos padecido. Que este año quede atrás y, a ser posible, en el olvido.
Y que el año entrante venga cargado de todo lo que el saliente nos quitó, toda ese equilibrio físico y mental que nos puso en juego y toda esa estabilidad en nuestras relaciones amistosas,sociales, económicas... Que lo perdido regrese con las campanas del nuevo año.
Pero especialmente para esos héroes de los servicios sanitarios que tan maltratados han sido en su trabajo mientras daban todo su esfuerzo por mantenernos a salvo, a todos los servicios públicos que se han desvivido por darnos vida, a los mayores, una edad que comenzó siendo víctima directa de la enfermedad... y así a todos los ciudadanos de este planeta llamado Tierra.
En un comentario que dejé a la entrada anterior, hablaba de que Arco de Cuchilleros ocupa el tercer lugar dentro de la serie Siete cuadros y retratos y que éstos son unos poemas rescatados del olvido e incluidos dentro de Aromas nocturnos. Pues bien, como terminaba diciendo en ese comentario, hoy toca recordar algunos de esos cuadros y retratos.
los títulos de los siete son los siguientes: Anónimo retrato con palillo de dientes, Antónimo retrato espumoso, Arco de Cuchilleros, Olas de la playa, La luz de la farola, Plaza de toros y Trapecistas. Y cada uno de ellos responde a un estilo pictórico distinto, pues hay desde el realista hasta el impresionista, desde el que se limita a narrar lo observado hasta el que proyecta algo de su estado interno en el objeto externo observado. En todo caso le dan a Aromas nocturnos algo que después se expresaría más nítidamente en Cuatro paisajes y otros poemas: mi gusto por expresar pictóricamente mi estado interior.
Veamos algunos de estos cuadros y retratos:
ANÓNIMO
RETRATO CON PALILLO DE DIENTES
Un
viejo, echado sobre una mesa, cuenta
con vahídos de borrachera su
embriagadora vida displicente, neblina
dibujada con palillo. Maestrante
catador de malos vinos escurridos
entre dispersos dientes. Por
los que una aceituna se cae sin
que adivinarse pueda a qué sabe ni
el color de ese palillo de dientes que
se empeña en llevarse el retrato en
vez de funámbulo propietario.
ANTÓNIMO
RETRATO ESPUMOSO
Levanta
la copa, brindis al sol, hablando
de su celebrado amor que
reparte y comparte destellos burbujeantes
de su gran corazón, con
sus altos, verborreantes anhelos, mientras
que ella su liviano silencio sostiene
sobre su falda plisada de
espumosa negativa callada… Hasta
que, rotas transparentes copas, chismeante
cava rosado se agota.
LA
LUZ DE LA FAROLA
La
luz de la farola el
viento se la lleva entre
diáfanas olas de
lloviznas dispersas; la
luz de la farola, la
luna piropea entre
neblinas mozas de
piernas ligeras; la
luz de la farola, la
nieve la apedrea con
las blancas corolas de
floridas esferas.
Entre abril y mayo del año 2002 escribí mi décimo poemario, Cuatro paisajes y otros poemas, una obra en la que recurría a los paisajes para dejar testimonio de mi estado anímico.
la obra comienza con Un trozo de nada, cuyo título ya es bastante descriptivo del momento que estaba viviendo, y a continuación viene el tema Invierno, que aquí les dejo:
La tierra está
desnuda, sin una hoja de
verdor, un pétalo de color ni una azada de
labor, nada puede verse que presagie su
despertar. Le falta una mano que la ablande, que la germine, que la mantenga
cuidada para que la vida vuelva a brotar de
nuevo... Así son estos días en los que mi piel echa en falta los cuidados de unas manos
atentas a que mis ojos
tengan el brillo que es suyo, a que mis pies
hallen el recorrido que es mi
orientación y que mis cabellos
tengan la soltura de la obra acabada. Así son, lo sé; pero no me
acostumbro a esta soledad.
Después, van los temas, Babel, Vacío, Marina con gaviotas, Luna y Gris, que a continuación comparto con ustedes:
El sol, camuflado de
rojo, se inventaba un
disfraz de enfermiza palidez cubriéndose de grises nubes, a las que los
inquietos aires les exprimían sus
tibias aguas, dejándolas caer
mansamente.
Mi corazón, dolorido, sangrantes mis heridas, con el tacto perdido y quebrada mi vista,
Las humildes arenas, besando mis pies,
sopesaban mi cuerpo y modelaban mi
ánimo, dejando sobre mi
piel el testimonio de mi quebradizo
andar.
busco la complacencia y me encuentro engañado por la misma ceguera que me mantiene atado
Con los ojos
semicerrados, siguiendo las
ondulaciones de las olas, me coagulaba entre
las dos humedades y habitaba en la
inferior, en el caballo de
galope ligero que va dejando tras
si la estela blanca del anguloso
rompeolas,
a la imagen soñada y esculpida en barro, imagen adorada durante siete años.
Porque ansiaba
conocer los inagotables secretos de la enroscada
caracola, el código morse de
las confabuladas estrellas y el sabor de la
fresa y el color de la
rosa, que se funden en la
fruta madura...
¿Para qué tanto dolor, para qué sirven mis callos, dónde nace la tensión que ensortija mis manos?
y el libro continúa con Algo distinto, que fue el primer tema que le dediqué a mi esposa, escrito apenas la conocí:
Este día ha sido
distinto a todos los demás; no sé qué es, quizás un sabor como el chocolate derritiéndose en la
boca que sonríe reflejada en unos
ojos, rescatando del otoño una hoja del
almanaque, o un olor como la tierra
fresca lista para la
siembra, exhalando a los
aires sus húmedos
efluvios, algo que se pone a
toquetear en las teclas del
piano de las emociones, no sé... Pero hoy lo he
sentido recorrer mi piel con paso de hormiga, erizarme los vellos y, aunque hacía
calor, dejarme temblando. ¿Qué era ese algo distinto que ha tenido este
día?
y finaliza con Negro, Mis ojos, Tus huellas, ¡Cómo me gustaría! y ¡Cuántos logros por alcanzar!, estos tres últimos igualmente dedicados a mi esposa, con la diferencia respecto al que antes les compartía de que ya si sabía a quién le estaba escribiendo y por qué.
El Arco de Cuchilleros es una de las entradas más afamada a la Plaza Mayor de Madrid. Durante los años que pasé allá, mis viejos tiempos de estudiante, recorrí esa calle muchos días, unas veces camino de la Estación de Atocha, otras de la Puerta del Sol, otras... siempre partiendo desde donde me alojaba, en la Calle Marqués de Urquijo, junto al metro Princesa.
Muchos pintores se han fijado en este arco y uno de esos cuadros, de estilo naif y que abre esta entrada, ha estado muchos años ocupando un rincón de mi salón. Y durante todo ese tiempo me ha traído a la memoria tantas cosas en las que participé o que me pasaron por aquellos entonces... y en él me inspiré para hacer una poesía que también estuvo muchos años olvidada, perdida entre tantas papeles desordenados, pero felizmente recuperada e incluida en un poemario, el sexto que escribí, sin más razón que su tema se prestaba a ser incluido en una obra de temática tan amplia como la recogida en Aromas nocturnos.
Dice así este poema:
De
cansada arquitectura cimbreada, se
ha quedado en mi memoria fijada la
casa prodigiosa, líneas
esplendorosas, que
da entrada a la Plaza Mayor. Allanado clamor de
tunos oficiantes de
alguna ocurrencia festejada entre
los variables representantes del
castizo humor. La
cada, que simula estar sentada a la
mesa camilla que
le regala gentil la escalera, soporta
balcones y ventanillas, florecientes
macetas, gatunas
desconchadas buhardillas y
curiosa chimenea mugrienta. Las
ventanas, cerradas, No
hay ropa tendida… Como
si el cansancio apadrinara las
labores cansinas que,
sobre el alto Arco de Cuchilleros, realizan
los hambrientos, cansados
madrileños, untando
con hogareña mantequilla, de
la pared sesgada, su
tostada levadura de sueños.
En una entrada anterior, titulada La influencia de Bécquer, comencé a hablar de hasta qué punto este autor me influyó allá en mi adolescencia y juventud, cuando escribí mi primer libro, Mirando adentro, bajo la temática amorosa, y hoy quiero seguir haciéndolo acerca de cómo su influencia bajo la segunda gran temática del romanticismo, la muerte, ha seguido muchos años después. Decía en aquella entrada citada al comienzo:
“Cuando se habla de Bécquer, el principal poeta del romanticismo español, la atención se suele centrar en esta temática, la cual en aquellos años fue muy importante para mí. Pero no menos lo ha sido el otro tema capital en la producción literaria becqueriana, la muerte, un tema al que he dedicado dos libros completos y otros muchos poemas sueltos, con lo que, a la postre, ha tenido en mí mayor trascendencia que aquél.”
Hoy quiero centrarme en un libro, mi poemario número 43, un libro con una historia no sé si larga o corta, quizás según nos fijemos en todo lo previo a su escritura o en su mera concepción. Este poemario se titula Dies irae y lo escribí entre noviembre del 2012 y enero del 2013, una obra debida directamente al fuerte impacto que habían producido en mí dos obras, un grabado, La isla de la muerte, recogido como apertura de esta entrada, de Arnold Böcklin (1806) y un Poema Sinfónico (Opus 29) de Rachmaninov, cada uno de ellos previamente en un momento distinto y en aquel noviembre juntas. Pero es que, además, Böcklin había estado bajo la influencia de un monje franciscano, Tomás de Celano (XIII) y de su poema Dies Irae.
Si guardo un orden cronológico, Tomás de Celano, coetáneo de S. Francisco de Asís y autor de sus dos primeras biografías, escribió también un poema considerado el mejor del latín medieval, del que copio sus primeros versos:
El día de la ira, ese día
el mundo se reducirá a cenizas,
según atestiguan David y la Sibila.
¡Cuán enorme temor sobrevendrá
cuando el Juez haga acto de presencia
para juzgarlo todo con rigor!
Un poema que impresionó vivamente a Böcklin, tanto como para que hiciera varias versiones del tema, algunas de las cuales se han perdido, unos grabados que plasman la imagen que transmite el poema: una isla hacia la que navega Caronte, llevando a bordo de su barca a un difunto. Y Rachamaninov construye todo su relato sinfónico alrededor de los chapoteos del remo sobre el agua. A continuación les invito a que disfruten de la interpretación de esta obra por la Simón Bolívar Symphony bajo la dirección de Manuel López-Gómez.
Mi Poema sinfónico opus 43 Dies Irae comienza con esta estrofa en la que se mezclan todos los temas que desarrollaron Celano, Blöcklin y Rachamaninov:
Cinco sonidos, dies irae, Sus ecos llegan, dies illa, A los pies de aquel que mira Los siglos hechos cenizas.
Y después vienen las cinco partes en que está dividida esta obra. Vamos a recorrer las estrofas iniciales de todas ellas. La primera, la lucha frente a la agonía, dice así:
La bruma todo lo llena: Hasta mi propia conciencia De esta bruma parece hecha. Lo que antes como certeza Tenía, en bruma queda Y en ella como inconsciencia.
La segunda, la certeza de la muerte, lo hace con estos versos:
Cinco sonidos son cuanto yo siento, Cinco sonidos que recordar quiero Dentro de la mortaja que es mi cuerpo, Pues, si vida tuve, tendré recuerdos: Se quedaron en cenizas mis tiempos. Pero yo, si viví algo verdadero, Algo que no se llevasen los vientos Sino que yo lo soy, como un lucero Brillará dentro de mis ojos yertos.
La tercera, el camino hacia la Isla, comienza así:
Cinco sonidos para un movimiento: Mis pies sienten el frío en que me muevo, Cinco sonidos, cinco chapoteos Me muestren delante de mí al barquero, Con cinco golpes llevándome lejos, Lejos de la vida, lejos del cuerpo, Cinco sonidos para un movimiento: La barca que se mece en el silencio Y en la bruma deja su chapoteo. Perdidos los abalorios del tiempo.
En la cuarta, el diálogo del difunto con la muerte, comienza con estas líneas:
Blanca bajo tonos grises, la veo, Larga túnica cubre al barquero. A través de la bruma y sobre el velo De profundas aguas hunde su remo, Repitiendo los cinco movimientos, Cinco sonidos que alzan alas de eco. Las gaviotas responden desde el cielo Y todas las voces dejan su verbo; Solo yo permanezco fuera: quieto.
Y en la quinta, la llegada a la Isla:
De mis quietos pies cesa el movimiento: Queda atrás la bruma sin que haya viento Y delante de mí no hay barquero. Mis pies en el agua, cesa el cimbreo, Mis pasos no dejan huella en el suelo, Playa agosta que da a un canino estrecho Que sube, la oscuridad como techo. Doy desorientados pasos inciertos, Dentro de mis ojos, la bruma llevo.
La obra de Rachmaninov concluye con un estallido de vida; la mía, siguiéndola, acaba con esta estrofa:
Cada gota de agua alumbra un lucero con los que se dibuja el planisferio cuyas calles llenaré con mi aliento; cada gota es un pez, alas al viento, cada gota, un dorado sentimiento que busca llenar todo un pensamiento, las manos repartiendo azules cielos, las ventanas abiertas a los sueños que llenan de arena el reloj del tiempo.